jueves, 19 de julio de 2018

"La confirmación de los usos lingüísticos a través de Internet. A propósito de la palabra lejío" / Jiménez Cano

Este artículo del profesor Jiménez Cano, publicado en 2016 en Topos Digital, surge de una anécdota durante una sobremesa con sus amigos, todos ellos profesores universitarios. La palabra "lejío" sale en la conversación, provocando la curiosidad sobre su significado y etimología. Sobre la marcha o poco después, el profesor tira de los recursos electrónicos disponibles, encontrándose con mi discreta entrada de 2009 en el blog (El Lejío), que amablemente cita íntegramente en su corpus de forma un tanto desordenada (sin respetar el orden cronológico de todo corpus). 

"Salvo que la curiosidad filológica lleve a alguno de los amigos a indagar y asegurar posteriormente el origen y el significado, lo habitual suele ser que la palabra se vuelva a sumergir en el olvido". Parece que la etimología y, en consecuencia, el significado de la palabra no estaban claras para el filólogo (hispanista). Me resulta francamente sorprendente: aunque ningún hispanista controle absolutamente todas las etimologías románicas, creía que ésta era vox populi.

Resultados filtrados de Google sobre la búsqueda "lejío" significado antes de 2016 (fecha de la publicación del artículo de Jiménez Cano).

El caso es que por las fechas en que el autor comienza su estudio para verificar si es posible confirmar los usos lingüísticos de una palabra mediante los recursos electrónicos, no había mucho en Internet (como se ve en la imagen). En primer lugar, un blog con una entrada de 2013 (posterior a la mía), el diccionario Educalingo (que reduce el término al latín lixivium, "lejía"), luego mi entrada (perfectísima, salvo que no cité por obvio, y estar vivo y lexicalizado el término lejío en Extremadura, ningún diccionario de extremeño, como pudo haber sido el de Viudas Camarasa), y en cuarto lugar otro diccionario, el DIRAE, que sólo recoge, de nuevo, al lejío como pariente de la lejía. Insatisfecho con los resultados, que ponían en evidencia que los blogueros teníamos más razón que un santo y acertábamos más que los lexicógrafos, el profesor corta por lo sano y empieza su investigación de otra forma: "si la indagación comenzara con el uso como fuente de información de los recursos fiables que acarrea Internet". 

No voy a extenderme en más detalles sobre la pertinencia de este tipo de investigaciones así planteadas, que en realidad deberían formularse como una cuestión epistemológica (¿cómo aprendemos a aprender?). Pasaré sólo a las conclusiones, que el autor expone en forma de preguntas:

1. "¿son los nuevos subgéneros hipertextuales fuentes necesarias para la fijación y estandarización de las variables gramaticales y léxicas de la lengua española?"

MI RESPUESTA: sí, en la medida en que resulten fiables y exactos, valoración que depende, como en todo, del criterio y los conocimientos de la persona que los consulta.

2. "¿qué grado de control de la información en red debe tener un profesor de lengua española para discriminar la validez de los usos lingüísticos en aquellos casos en los que no exista todavía una norma gramatical o léxica fijada por el uso general?"

MI RESPUESTA: no ha de tener control sobre la información de la red (véanse posibilidades de ejercer un control de nivel bajo en la respuesta 3), ha de saber manejar los recursos electrónicos disponibles y tener un alto grado de conocimientos en su campo para separar el grano de la paja. En el caso analizado se demuestra finalmente que es correcto dentro de la norma extremeña pronuciar y escribir "lejío".

3.¿Qué grado de fiabilidad puede tener el tipo de información lingüística y metalingüística disponible en la red para las personas interesadas en un mejor conocimiento y en un uso más apropiado de la lengua española?

MI RESPUESTA: la certeza sobre si una información es fiable o no, volvemos a lo que dije antes, depende del criterio, conocimientos, destrezas profesionales, estrategias de aprendizaje, etc. de la persona que realiza la consulta, no de la apariencia más o menos impresionante del recurso consultado (en este caso: humildes blogs / diccionarios electrónicos institucionales). Todo el proceso de comprobación epistemológica expuesto en el artículo constituye un buen ejemplo de cómo validar y confirmar, contrastando, la información obtenida de cualquier fuente.

De todas formas, para aquellos casos en que los criterios y conocimientos del consultante estén en proceso de formación existe la posibilidad de listar webs o sitios recomendados por expertos, o incluso, la posibilidad de homologarse como sitio web recomendado por tal o cual colegio profesional, por sus contenidos educativos.


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