El azebeyriense y el juniense fueron dos santos unidos paradójicamente por milagros campaniles. La versión más antigua de sus prodigios se narra en la obra de Sartorio sobre el císter (1700 Cistercium): en el caso de San Gonzalo de Aciveiro, por sus excelsas virtudes las campanas hacían sonar sus lenguas de bronce saludándolo sin que nadie las moviese cuando se aproximaba al monasterio, y al contrario, en el caso de San Gonçalo de As Júnias nunca sonaron en vida del santo, solo repicaron milagrosamente para anunciar su muerte en medio del monte, que ocurrió mientras oraba en el hueco entre dos rocas cercanas al cenobio.
Monasterio de Pitões das Júnias.
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