Ferdinand de Saussure pasó a la historia como el padre de la lingüística moderna por haber simplificado al máximo el carácter trinitario del signo lingüístico. Todos estudiamos en su obra póstuma Curso de Lingüística General (1916), escrito a partir de los apuntes de clase tomados por sus alumnos, aquella dicotomía demasiado evidente que estructuraba el signo en dos caras, significante y significado, ilustrada a menudo con dibujos esquemáticos de casitas o árboles, y sobre ellos escrito "casa", "árbol". Cuando un francés dice fromage se representa en su mente un queso tipo Camembert, y cuando un gallego dice queixo, se hace a la idea de un tipo de queso de tetilla, lo más probable. Así de simples son las dos caras intrínsecamente unidas del signo lingüístico.
Algo más avanzó Wittgenstein con su Tractatus logico-philosophicus (1921) donde estableció la identidad lenguaje-pensamiento y demostró que los límites del primero forman los límites del mundo. Gadamer desarrolló de forma redundante, hasta la saciedad, las concisas ideas de Wittgenstein: "Para el hombre, la existencia del mundo está constituida lingüísticamente" (Verdad y Método, 1960). Llevamos milenios pensando y repensando el asunto de la creación de nuestro mundo por el lenguaje, aunque pueda pasarnos desapercibido este hecho al haber transformado a los tres elementos del signo lingüístico, logos, phone y pneuma, en un señor con larga barba blanca, su hijo crucificado y una palomita, respectivamente. Hemos perdido la capacidad de entender las metáforas, o es que las traducciones se han ido complicando con el tiempo y las sucesivas exégesis, porque los textos son muy claros.
Siguiendo el evangelio de San Juan leemos que "en arkhê ên ho logos" = al principio sólo existía el pensamiento, y el pensamiento se encarnó, tuvo un hijo, por lo tanto se deduce necesariamente que el pensamiento se hizo real, se materializó en lengua (phone = sonido) con el concurso del espíritu (pneuma), soplo vital, respiración, aliento que mueve las cuerdas vocales y sirve para modular los sonidos a lo largo del aparato fonador. Con estos tres elementos se conforma el lenguaje y automáticamente se crea el mundo para el ser humano, sin la ayuda de ningún dios, a no ser que el lenguaje mismo sea Dios.
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