En el pensamiento mítico galaico, más que modernos hijos de Breogán, los gallegos fuimos hijos de las estrellas.
Descendemos de la constelación de
Setestrelo, de las siete estrellas (
septem sideris) que forman las Pléyades o
Atlántides, seis estrellas visibles y una casi invisible a simple vista. En el folklore europeo la invisibilidad de una de las siete hermanas se explica de diversas formas, por ejemplo en el Kalevala las Pléyades son siete huevos, seis de oro y uno de hierro (
La gallina de los pitos de oro). En nuestra particular cosmogonía uno de los siete hijos del rey Setestrelo murió en Sigüeiro, junto al Tambre, lo que causa su invisibilidad. La historia se cuenta en el
Códice de Roda, y fue editada por primera vez por Juan Gil Fernández ("
Textos olvidados del Códice de Roda", Habis, 1971). Nos refiere la existencia de un rey galaico llamado Septemsiderus (Setestrelo) que dominaba en toda Gallaecia, en siete antiguos conventos jurídicos romanos que repartió entre sus siete hijos estrella: Bracarus, Flavius, Teudericus, Galaa, Sequarius, Gemulus y Cesarius. Estos son los nombres de las siete estrellas hermanas a las que tocó en reparto el Setestrelo o territorio galaico, que se perfila como un reflejo terrestre de un orden sagrado superior o estructura celeste.
Estela funeraria de Mazarelas, Oza dos Ríos. Se exhibe en el Castelo de San Antón y prefigura el destino astral del difunto, representado en la parte superior rodeado de estrellas.
Todavía hoy nuestro escudo de armas luce el Setestrelo, las siete estrellas de la antigua división conventual de Gallaecia, reducidas más tarde a las siete estrellas de la división provincial de Galicia (Coruña, Betanzos, Santiago, Lugo, Mondoñedo, Ourense y Tui). Nuestra división territorial fue, pues, heredera de una antigua cosmogonía sideral, como pone de manifiesto el Códice de Roda con la leyenda de Septemsiderus.
Al mismo tiempo, algo que Gil echaba de menos en esta leyenda, una muestra de tradición jacobea, que tendría que estar muy presente por desarrollarse la historia en Gallaecia, apunta camuflada en el nombre del hijo-estrella Gemulus, trasunto de Hércules ("erat fortiosus, in singulas manos binas portauat columnas", "fecit bobata Sancti Petri" = Templo de Hércules en Sancti Petri).
Gemulus o Gemellus es otro de los nombres de Géminis, la doble estrella que en la mitología grecorromana no solo equivale a los gemelos Dióscuros, Cástor y Pólux, también a la díada formada por Apolo y Hércules, que en el texto de Roda es claramente la elegida. Por ello no se sostiene el culto a Cástor y Pólux que Américo Castro suponía en Galicia perviviendo en el de Santiago Apóstol. Siendo la doble estrella Gémulus la díada formada por el Sol y Hércules, cuyo culto sí era conocido en Gallaecia, en todo caso la devoción a Santiago Apóstol sería una cristianización de ella, y habría formado parte de una cosmogonía estelar y solar previa en la que se estructuraban diversos elementos celestes con sus proyecciones terrestres: el Setestrelo como constelación y división territorial, o el brazo de la galaxia denominado Camino de Santiago y el camino de peregrinación terrestre que recibe el mismo nombre.
No debe extrañar que la estrella heráldica sea proyección terrena de la celeste; así por ejemplo también las siete estrellas del escudo de Madrid se identifican, junto con la osa (no oso), con las Pléyades en un documento posterior (Obras de Quevedo, Butrón y otros ingenios, ms. 18308 de la BNE, pg. 184).
En fin, la concepción de nuestro origen sideral tiene su antecedente más inmediato y archiconocido en la herejía priscilianista, que, a su vez, podría ser un culto sincrético de mitos anteriores. Creía Prisciliano que las almas de los seres humanos eran cuerpos astrales que descendieron a la tierra a través de siete estrellas. El mito de Setestrelo recogido en el Códice de Roda ha de entenderse, según creo, en el contexto herético priscilianista que impregnó la religión de la Gallecia romana.
La implantación del culto a Santiago Apóstol no ha conseguido erradicar la creencia galaica en la transmigración astral de las almas, que descienden del cosmos a la Tierra y vuelven a él por el camino de estrellas llamado Vía Láctea, creada accidentalmente por Hércules cuando era amamantado por Hera; hoy ese mismo sendero estelar recibe el nombre de Camino de Santiago, y por él continúan subiendo al cielo las almas de los difuntos, a través de una puertecita que se abre y cierra continuamente en alguna parte de la catedral compostelana (Monteagudo, pg. 46). Como entrenamiento sirve realizar el viaje en vida, simbólicamente, mediante la peregrinación a Santiago o a San Andrés por vía terrestre.
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