martes, 31 de enero de 2012

Cara a cara con un lar vial

Al Padre Fontes

En otra entrada de este blog ya he tratado el tema de las cruces arcaicas de Galicia, quizá este sea el nombre más adecuado para la tipología de cruces que vamos a examinar. En fin, tampoco es que sea definitiva, así que su denominación queda abierta al gusto de cada cual. Castelao usó cruz dos pelegríns, denominación que también se emplea en Francia (croix des pèlerins), la he rechazado porque tiene un sesgo exclusivamente vinculado con las peregrinaciones a santuarios cristianos y muchas de las que veremos no se sitúan en rutas de peregrinación; otra opción que examiné y rechacé fue cruz direccional, que me gustó muchísimo por aquello de su semejanza con otra tipología de cruces, las procesionales. La encontré en la bibliografía francesa (croix directionnelle), pero también quedó fuera porque desgraciadamente los botones de flechas de dirección de los teclados del ordenador y mandos a distancia acaparan este nombre.

Dice Castelao que en las crónicas de la peregrinación a Santiago "abondan as referencias de cruces de pedra ourelando a roita, tanto para cristianizala como para marcala, tanto para confortaren o ánimo dos camiñantes como para guialos con ben a través dunha Hespaña invadida de mouros. En ningún outro vieiro de pelerinaxe serían tan necesarias as indicacións, pol-o que resulta asisado coidar que a cruz dos pelegríns tomou vida no camiño francés e que este novo obxecto da cruz moimental enxendrou o calvario e o cruceiro" (As cruces de pedra na Galiza, pg. 83). Esta es, en síntesis, la idea del sabio gallego y la idea del común sobre el origen de los cruceiros, una pía moda cristiano-francesa que penetró de la mano de la peregrinación a Santiago.

Pero estas antiquísimas estelas antropomorfas situadas a lo largo de los caminos y en los cruces, con sus brazos siempre paralelos a la vía principal para señalar el camino, al igual que los de los hermae y mercurios (1), no son cristianas.

Estátua-estela do Marco, Vreia de Jales (Vila Pouca de Aguiar, Portugal).
(C) Reproducción del museo de Vila Real.
El original está situado en la vía romana que va de Justes a Campo de Jales.

Son tan poco cristianas que las prácticas con ellas relacionadas, como por ejemplo colgarles encantamientos de nudos (ligaturas), eran motivo de castigo con nada menos que dos años de penitencia a pan y agua: "si quis edunt festivitates in locis abhominatis, id est ad fontes aut ad arbores aut ad cruces in quadrubio, duos annos penit in pane et aqua". Las cruces de las encrucijadas son, para estos cristianos que escriben las listas de pecados de los penitenciales, perversiones abominables. ¡Penitenciagite!

Y si no son símbolos cristianos... ¿qué son?

Sabemos de la existencia en Grecia de unos pilares de piedra con unos bracitos apenas esbozados, casi hombros, que se colocaban en los caminos con función orientadora y recibían el nombre de hermae, los mercurios viales de los romanos, el lar vial de los galaico-romanos. Es tan vasta la bibliografía sobre el tema de las hermae y los mercurios que me limitaré a señalar un único detalle: junto a estos postes cruciformes o antropomorfos los caminantes solían arrojar piedras a un montón denominado acervum lapideum. Conviene diferenciar estos dos elementos que integran el conjunto mercurial, el propio mercurio y su montón de piedras, a veces confundidos en la bibliografía:

San Andrés de Teixido. Mercurio o lar vial (cruz) con su acervo o amilladoiro (piedras), en ruta de peregrinación.

Algún autor cristiano, tardíamente, en vista de las semejanzas funcionales y formales entre lo que leía sobre los mercurios de los caminos, y lo que le parecían simples cruces cristianas en encrucijadas y vías, también acompañadas a veces de acervos de piedras, propuso que "primi Christiani crucem pro Mercurio susbtituere coepere" = los primeros cristianos empezaron a sustituir los mercurios por cruces. Y si bien en teoría sería posible esta sustitución masiva de mercurios por cruces, no lo es si tenemos en cuenta la existencia previa, prerromana, de mercurios viales cruciformes o antropomorfos, como el caso de la estela de Vreia de Jales, o la de Pau da Vella.

No hubo sustitución de mercurios por cruces, sino continuidad de un elemento prerromano cruciforme hasta que finalmente fue adoptado por el cristianismo con facilidad, aprovechando que su forma coincidía con la de uno de sus símbolos y que Cristo podría suplir, en su papel de guía, a los lares. Esto explica por qué al principio estas cruces de encrucijadas y caminos, y los rituales con ellas relacionados, fueron considerados como abominaciones a ojos de los cristianos que escribían los penitenciales: simplemente no eran un símbolo del cristianismo. Ahora tal vez vayamos entendiendo al pobre San Martín de Dumio, que pasó a la historia por su intento fallido de prohibirnos encenderles velas en las encrucijadas.

Estela de Pau da Vella en la Serra do Buio (Lugo).

No sé qué parte representa Gallaecia en el conjunto del Imperio Romano, tal vez una centésima parte de él, lo que sí sé, según datos de Franco Maside, es que de toda la epigrafía dedicada a los lares viales en el conjunto de la Romania, 28 de las 36 inscripciones se encuentran en esta minúscula parte del Imperio que fue la antigua Gallaecia, 19 de ellas en el Convento Lucense.

Algo muy extraño sucedía, y sucede, aquí con los númenes vigilantes de los caminos. La altísima concentración epigráfica sobre los lares viales en Gallaecia, que constituye casi un endemismo, es un indicio de que estamos ante un caso de interpretatio o traducción, es decir, obliga a suponer la existencia previa a la romanización de unas importantísimas entidades de carácter sacro vinculadas a los caminos, que en el proceso de aculturación subsiguiente a la romanización se equipararon con los lares viales romanos, hijos de Mercurio (2), hijos menores de un dios.

Hay amplia bibliografía sobre el tema de la interpretatio de los lares viales en Gallaecia; en una revisión de Portela Filgueiras se afirma que "es un hecho cierto que, de la misma manera que no hay otra región de la Península más rica en invocaciones a los Lares Viales que el Noroeste, no hay tampoco ninguna zona que cuente con tantos cruceros. Para López Cuevillas y Serpa Pinto la falta de continuidad entre los cruceros y las lápidas [aras] erigidas para honrar a los Lares puede muy bien deberse a la fuerza destructora del tiempo" (Los dioses lares en la Hispania romana). Y yo me pregunto, ¿cómo se puede esperar continuidad formal entre dos elementos tan dispares? Las aras son textos que contienen dedicatorias a los lares, y los cruceros son simulacros o representaciones del lar.

Cristo de Negradas, aquí "paraban os enterros. Soterraban nonnatos e tamén adultos".
(C) Xabier Moure Salgado: Cruces do concello do Vicedo, trabajo recopilatorio gráfico cuya lectura se recomienda antes de continuar leyendo.

El artículo de Moure Salgado está salpicado de datos relativos a las prácticas funerarias que todavía se ejecutan al pie de nuestros lares, por lo menos la primera de ellas sigue en vigor camuflada de piadoso alto en el camino junto a lo que parece un inocente cruceiro:
  • de camino al cementerio cristiano la comitiva hace una parada obligada para presentar al difunto ante el numen de los caminos, se trata de una ceremonia propiciatoria para conseguir su tutela en el viaje al otro mundo.
  • en sus inmediaciones, y esto resulta de extraordinaria importancia, se enterraba a los niños muertos sin bautizar y a los adultos que habían cometido suicidio. No tendrían un entierro cristiano, pero tendrían la compañía del lar, con esto bastaba.
Con respecto a la segunda práctica funeraria, Pérez de Castro ya nos había dejado la siguiente reflexión o sospecha fundada de que estas cruces de las encrucijadas no eran objetos de culto cristiano: "en las afueras de Figueras, concejo de Castropol, existe un cruce de caminos [...] a la derecha de este último está la cruz del Cobo y a su respaldo el campo en que algún día eran enterrados los niños muertos sin bautizar [...] pero si los allí fuerados no pertenecían al seno de la Iglesia ¿qué papel desempeña la cruz?", Pérez de Castro, "La cruz del Cobo", BIEA, 1952, nº 15.

Uno de los lares viales más antiguos: estela antropomorfa custodiando el dolmen de la Mina de Parxubeira.
(C) Museo arqueolóxico do Castelo de San Antón.

El carácter únicamente vial de estos númenes, se percibe en su función de protección y compañía en las rutas que emprede el viajero por los caminos y en su último viaje. Así, los contextos funerarios e itinerarios en que aparecen las hermae, mercurios y lares viales, no son más que un aparente doble aspecto del viaje, del desplazarse de un lugar a otro en una concepción de la existencia en la que parece no haber separación entre la vida y la muerte.

Cruz arcaica en contexto tumular y viario en la Serra do Galiñeiro (Aranga). Puede que estemos ante un sorpendente testimonio de la práctica de colgarles ligaturas o anudarlos, esta vez con alambre de espino..., aunque con más probabilidad se trate de una reutilización como cierre de una leira.

Anudar o someter al numen de los caminos, cambiar su orientación girándolo o rendirle un voto son ceremonias que tienen su base lógica en la magia simpática. Según esta forma de pensamiento, precursora de ciencia y religión, podremos castigarlo atándolo hasta que se decida a enderezar nuestro rumbo vital en la dirección correcta (al estilo "San Cucufato, los cojones te ato"), orientarlo (3) hacia donde queremos ir, o rogarle que nos depare un buen término en las actividades que emprendemos. Las dos primeras formas mágicas de interactuar con lo que en principio sospecho que fue un simple pero utilísimo poste viario o hito, como los inuksuk de los inuit, habrían iniciado el proceso de antropomorfización que sufrió la entidad, que resultó dotada de una poderosa personalidad, a medio camino entre lo humano y lo divino, consolidando hace mucho tiempo su carácter sagrado. Rendirle un voto al numen, según Frazer, sería el último estadio de un proceso en que la magia simpática se convierte en religión; en vista de que por la fuerza no se consigue dominarlo, tal vez mediante la adulación.


Cruz xiradoira do Roncadoiro (Cabana de Bergantiños) según ilustración de Castelao. Desaparecida.

Si la epigrafía sobre los lares viales puede ser útil para la localización de vías (romanas y prerromanas), ¡ya no digamos los propios lares! Su presencia en vías romanas, que aprovechaban rutas anteriores, se produce en los casos ya vistos de la estela de Vreia de Jales y en el de las cruces arcaicas que jalonan el Camino de Santiago.

Por otra parte, la datación de los petroglifos cruciformes sobre peana, que vienen considerándose representaciones medievales de cruceros, e incluso las pinturas rupestres esquemáticas con el mismo motivo, habrá de reconsiderarse a la vista de que pueden muy bien ser representación de estos númenes viarios prerromanos sobre su acervo de piedra, o, tal vez, ser una forma arcaica de expresar, sin escritura, que se les rindió voto por el éxito en determinada empresa o viaje (4).

Petroglifos de Andiñuela en la Maragatería.

Es necesario un estudio y recopilación urgente, y tal vez musealización de piezas pequeñas, de todas las cruces arcaicas de Galicia antes de que la desidia, la ignorancia y las sustracciones nos dejen sin nuestros guardianes de los caminos. Un estudio modélico es el de Davoust y Grignon sobre las cruces de la Sarthe, Croix archaïques en roussard et Croix de Pèlerins au Pays de Haut Maine, en donde se recogen piezas bellísimas, entre ellas cruces arcaicas idénticas a las nuestras, que destacan por su simplicidad (v. álbum).

Cara a cara con un lar vial. Cristo da Faladora en el Camiño dos Arrieiros (Mañón).
Los lares viales más antiguos tienen caras sin rostro.


En el contexto del Camiño dos Arrieiros, además del arcaico lar de la Faladora, encontramos como no podía ser de otro modo, epigrafía sobre los lares viales: el ara de SIVLRIVS o ara de Somede (Nueva inscripción a los lares viales procedente de Somede, de XL Armada-Pita). ¿Se le dará la razón alguna vez a Don Federico Maciñeira en su insistencia sobre el carácter prehistórico de estas vías arrieras tantas veces puesto en duda?

Finalmente, y sin intención de establecer una tipología, podremos encontrar a nuestros lares viales en diversos contextos viario-funerarios y con varios grados de arcaísmo: sólos (estela de Vreia de Jales), sobre túmulo o dentro de él (Cristo da Faladora, estelas de Parxubeira), próximos a un campo tumular (junto a las medorras de la Serra do Galiñeiro), sobre o junto a su acervo de piedras o amilladoiro (San Andrés de Teixido), completamente transfigurados por la interpretatio cristiana o larificación de Cristo (cruceiros) y completamente deconstruidos en sus partes integrantes.

Lar vial deconstruido en O Coutiño.

En la fotografía de arriba, por otra parte típica de cualquier encrucijada gallega, en las que siempre encontramos un aparente batiburillo de señales viarias, cruceiros y petos de ánimas, se observa la deconstrucción funcional del lar:
  1. poste indicador de dirección: función del lar como guía de caminos,
  2. peto de ánimas: función psicopompa del lar, en recuerdo de los difuntos que son acompañados por estos númenes y que en ocasiones están enterrados en su proximidad,
  3. cruz: propiamente la representación de lar.
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(1) "Antiquis Mercurius deus platearum & et viarum habebatur & in biviis & triviis eius statuam manu extensa viam monstrantem colocabant" (E. de Momigno).
(2) Respecto a esta equiparación de nuestras estelas antropomorfas viarias con los lares viales, no está de más la referencia de Bermejo Barrera, que explica que la interpretatio de los númenes de los caminos como lares, no como mercurios (o como mercurios de segunda categoría), es indicio de que eran percibidos por el urbanita galaico-romano como entidades indígenas con un fuerte carácter folk o popular, poco dignas de entrar en el grupo selecto de las divinidades (Bermejo Barrera).
(3) Sobre la práctica vigente de virar los santos puede leerse el relato de José Antonio de la Riera, Xan de Seara, virador de santos. Esta costumbre de virar al numen está atestiguada en el Promontorio Sacro por Estrabón: "había en varios lugares grupos de tres o cuatro piedras, y obligaban a las piedras a girar".
(4) Esta idea me la ha sugerido la lectura de la obra de Castelao sobre las cruces de piedra de Galicia, en particular el capítulo "Obxecto dos siños cruciformes do rupestre galego", en él nos presenta la posibilidad de que los petroglifos cruciformes que cubren extensas superficies pétreas en Galicia, que los expertos consideran objetos cristianos y, por tanto, medievales, son anteriores al cristianismo y pudieron tener la misma funcionalidad que las marcas tamga que los poveiros dejaban en las capillas al final de su peregrinación como testimonio del cumplimiento de un voto o promesa.

domingo, 29 de enero de 2012

Islas Sisargas

La isla Sezerga pintada de rojo en un mapa de la costa de Galicia atribuido a Samuel Champlain (1602). En el siguiente enlace se puede ver el original con mayor resolución de la biblioteca de la Universidad de Brown.

La relación etimológica entre César y el topónimo Sisarga, propuesta por el padre Sarmiento y refrendada por el profesor Monteagudo (Anuario Brigantino, 1984, pg. 44), parece que se va confirmando en vista de que en un documento del XVI la isla todavía se conocía en Europa como Caesarea:

"Insula Cyzarga, nautis belgicis Caesarea dicta" (Orae maritimae Galliciae, ab Ortegala ad Promontorium finis terrae, de Lucas Jansz Waghenaer, 1586 - Galiciana Digital).

Así, la mención más temprana a la Sisarga podría ser la del Itinerario Marítimo que acompaña al de Antonino, donde una de las islas del "mare oceano gallico et britannico" se denomina Caesarea. Aunque su situación en el océano Gallico despista, hemos de tener presente que éste era el nombre que se aplicaba al actual Cantábrico.

El topónimo en sus variantes Cesarga o Sesarga se utilizó para nombrar en 1568, por su parecido con la Sisarga de la costa gallega, a una pequeña isla del archipiélago de las Salomón, al este de Guadalcanal: "en el camino vimos otra isla, á la cual, por parecerse á una isla junto á Galicia, el piloto mayor [Hernán Gallego] la nombró Cesarga".

viernes, 13 de enero de 2012

O Cebreiro


Distribución cronológica de 100 topónimos relacionados con las voces zebro y encebro
(de La zoología histórica como complemento de la arqueozoología: el caso del zebro, de Carlos Nores Quesada y Corina Liesau Vonlettow-Vorbeck).

El cebro o encebro fue una importante especie cinegética que pobló la Península Ibérica originando toponimia como O Cebreiro (Lugo) y Cebreros (Ávila), y cuya extinción se produjo en torno al siglo XIV; en el Libro de la montería, atribuido a Alfonso XI, apenas ya se mencionan tres lugares donde es posible su caza en la provincia de Murcia (véase el artículo de Nores y Liesau para ampliar esta cuestión). Su valor como pieza cobrada era tan alto que superaba con creces el del mejor ciervo: "zevrus vel zevra valeat quinquaginta solidos [...] et melior cervus valeat triginta" (año 1250, documento del rey Alfonso de Portugal).

La historia de la palabra tiene un avatar extraño, pues es el origen de la denominación de esos équidos africanos a rayas que dan nombre también a los pasos de peatones. Los portugueses dejaron constancia de la existencia en África de un animal parecido a nuestros cebros y los naturalistas y filólogos que se ocuparon de esta cuestión convinieron en que la especie que los portugueses designaron como cebro o encebra por el parecido con los cebros peninsulares, tenía que ser el équido rayado, ¡a pesar de que aquí nunca hubo semejantes animales!

Conservamos otros datos importantes sobre este enigmático animal que pueden ayudar a su correcta identificación:

- su cuero (denominado tórdiga o tuérdega) pertenecía íntegro al que había cobrado la pieza. Es necesario precisar aquí que tórdiga principalmente significa "piel vacuna", con la que solían hacerse las abarcas. Esta piel se trataba de la misma forma que la de vaca, de forma diferente a la de los équidos: "Todo cortidor curta el cuero uacuno et enzebruno a quarto, et caualluno o de mulo o de asno a tercias" (Fuero de Usagre, s. XIII: CORDE).
- su fiereza originó expresiones para referirse a la mujer bravía: "Komo una zebra - De la ke se enbraveze mucho" (Gonzalo Correas, 1627: CORDE). Lo que puede ponerse en relación con el uso del término en las cantigas de escarnio de Lopo Lias en las que se ridiculiza a unos infanzones de Lemos denominándolos zevrões.
- su sebo se utilizaba contra el mal de ojo, aplicándose en las "sobreçejas, sevo de enzebra untado" (Enrique de Villena, 1422: CORDE).
- su nombre fue utilizado por los conquistadores españoles en la Patagonia para describir la indumentaria de un indio: "tambien le demostraron oro é plata, mas no hizo mudamiento ninguno. El era grande de cuerpo y feo, y traia vestido una peleja de cebra" (Relacion escrita y presentada al Emperador por Andres de Urdaneta, 1537: CORDE). Resulta imposible aducir que el indígena vistiese la piel de un équido (rayado o sin rayar), pues éstos no son autóctonos de América, así que el español utiliza cebra para referirse a otra especie.

Varios testimonios señalan el parecido del cebro con el buey, se trataría de un buey fiero:

"Supe este año de 1761 que en las caídas del Cebrero de Galicia,
llaman hoy cebros
a los bueyes ariscos"
P. Martín Sarmiento (Onomástico etimológico de la lengua gallega, ed. de J.L. Pensado, 1999)

Este buey arisco, que es como decir fiero, es precisamente la definición del bisonte que proporciona Lacavalleria en su Bibliotheca Musarum: "bison, bisontis - animal a nosotros no conocido, buey fiero". Y algo a mi pesar utilizo esta cita que el padre Sarmiento obvia en su estudio Disertación sobre el animal zebra, para echar abajo la conclusión del mismo y de tantos otros en los que se trata de identificar con una especie de équido salvaje al animal extinto denominado cebro en la Península Ibérica.

Un no menos interesante testimonio es la traducción al judeoespañol (idioma que conserva acepciones españolas perdidas) realizada en el XIX por Yishac ben Abraham Hakohén de un cuento en que cebro y buey se utilizan como sinónimos, y se destaca además la proverbial velocidad atribuida al cebro:

"A la voz de Yosef se encorajaron las mujeres un poco y empezaron a caminar con muncha prisa, ma el cebro continuaba en el corer propiamente como un águila [...]. Yosef con su cencia se supo escapar del buey [...]. Tomó el manto y se lo arojó sobre su cabeza y se lo emvolvió sobre sus cuernos y sobre sus ojos, cosa que non pueda ver más por ánde se fuéron las mujeres" (Dos colecciones de cuentos sefardíes de carácter mágico, ed. de Elena Romero, 2009).

Las definiciones que utiliza el padre Santa Rosa de Viterbo en su Elucidário (1799) señalan igualmente el aspecto vacuno o, si se quiere, bisontino de estos animales:

ZEBRAL: no foral de Cea de 1136 se manda que o carniceiro dé do boi ou vaca, huma pedra zebral. Según Santa Rosa esta piedra zebral sería una medida de peso denominada así por su relación con los bóvidos.
ZEBRARIO: cousa de boi ou vaca, novilho ou vitela.
ZEVRO: boi ou vaca, novilho ou vitela.

El Vocabulario portuguez e latino (1712) de Raphael Bluteau nos cuenta que los cafres en África llevan un peinado que semeja unos cuernos para imitar a algunos animales silvestres, entre los cuales menciona a las zebras.

Con esto sería suficiente para plantear una duda más que razonable y revisar el estado de la cuestión. En lo que respecta a O Cebreiro, en el cronicón de Sampiro figura como "alpes montes Ezebrarii" y después, en la versión del arzobispo Don Rodrigo, como "locum qui mons dicitur Onagrorum", con lo que se glosa cebro = onagro, equivalencia que conviene investigar.

¿Qué se entendía por onagro o cebro? En los clásicos encontramos varias referencias que nos indican o bien que los onagros pertenecían a la especie bos (buey) o bison bonasus (bisonte europeo), o bien que el término con que se designaba a los bisontes se empleaba indistintamente para denominar a los asnos silvestres, aparente rareza que en la zoonomástica es de lo más frecuente: hipopótamo (del griego hippos, "caballo" + potamos, "río", en latín o equus fluviatilis), sunkawakan (en idioma nativo de los lakota sunka significa "perro", el compuesto significa "caballo"), etc.

Veamos algunas de ellas:

"Onager liberos, bos coniugatos reprasentat" (de Balthasar Cordier, Job elucidatus, 1646). En la literatura bíblica se establece un paralelismo entre el onagro y el buey, uno y otro pertenecen a la misma especie, en libertad y doméstica (o subyugada, uncida). Esta dualidad es aprovechada constantemente para predicar sobre la naturaleza humana.

"Onager & bonasus [bisonte] etsi differentes aliquo modo quo ad exteriorem formam sint, ejusdem tamen speciei censentur esse; sola coeli tellurisque natura transformati", de Kircher (s. XVII, referencia en la obra Historia de la biología comparada, de Papavero, Pujol Luz y Llorente Bousquets). Es decir, que onagro y bisonte son la misma especie modificada por la acción del medio, según aventura este precursor del darwinismo.

"ad confinia Laponia, [...] ibi in praecipuis feris venantur uros & bisontes, quos patria lengua dicunt Elg, id est, asinos sylvestres", de Iacobi Ziegleri, Schondia (1532). Es decir, cerca de los límites de Laponia se cazan uros y bisontes, que en su lengua llaman Elg, o sea, asnos silvestres, u onagros.

"ibi onagri cornua boum habentes forma maxima", De rebus in oriente mirabilibus (s. VII-VIII). En cierta parte del oriente próxima a la India los onagros poseen enormes cuernos de buey.

Tras esta ristra de referencias y citas, la certeza de que la especie de importantísimo valor cinegético que hemos extinguido hacia el siglo XIV caracterizada por su fiereza fue el bison bonasus o bisonte europeo, el mismo que plasmaron magistralmente los autores de las pinturas de Altamira hace miles de años.

Respecto al nombre cebro, "bisonte", lo supongo emparentado con el eslavo zubr, bisonte, zubrón": "Allí se encuentran aun en el dia castas de animales que han desaparecido del resto de Europa: tal es el bison, zubr en polaco, especie de buey silvestre" (Carlos Foster, Historia de la Polonia, 1840); "Zubrones bestie ferocissime sunt, et sunt de genere taurorum silvestrium". Siete de estos cebros polacos se trajeron a San Cebrián de Mudá (Palencia) en 2010 para intentar su repoblación, lo que me recuerda de paso que puede que ese Cebrián... también sea un topónimo motivado por los cebros.


(C) El Mundo.

El francés antiguo atoivre / toivre, "vaca, bestia, ganado" podría estar relacionado con el término portugués zevro / zevra, "buey, vaca", según Diez, An etymological dictionary of the romance languages. Por otra parte, en la glosa del antiguo alemán ceburhaftiu, 'holocaustomata', la víctima de un holocausto o hecatombe (sacrificio de bueyes) es denominada cebur.

El parentesco del latín gibba, "corcova", con el romance cebro, el eslavo zubr y el antiguo germano cebur, habrá de investigarse en vista de que la característica joroba del bisonte podría ser la razón del calificativo gibberum, "corcovado", que perfectamente podría evolucionar hacia estos resultados con z- inicial. "Boues índicos gibberos (Bizonz) eiusdem cum nostris bobus speciei esse".

En la colonización de América gibro se utiliza como término genérico para designar al "indio de las montañas", indómito y de costumbres salvajes para los colonos de aquella época; otras formas en que nos ha llegado el término fueron Zéberos, Xéberos, Xebros, Xíberos... en las que predomina una vocal epentética entre el grupo br. Estas variaciones se fueron lexicalizando y especializando para designar finalmente a diferentes tribus indígenas, como los jíbaros (shuar) del Amazonas, o aplicarse, sin más, a cualquier animal cimarrón o montesino.

En relación con esta especialización semántica hacia lo indómito, el gallego enxebre, "salvaje", podría provenir, por extensión, de la fiereza del bisonte. En gallego además xebra o cebra es el nombre que recibe el alga fucus vesiculosus: Xebra (Sarmiento), Cebra / Xebre (Sobreira), Xebre (Cornide). Probablemente por sus vesículas o corcovas.


Finalmente, intentar establecer que toda la toponimia de este tipo guarde relación directa con la presencia del animal cebro parece tarea imposible, pues podría deberse a otros matices como la orografía del terreno en forma de gibba o a la naturaleza salvaje y agreste del territorio o sus habitantes.

jueves, 12 de enero de 2012

Ruedas solares eumesas

Bollos de San Nicolás de Tolentino. (C) http://pontedeumecrecedenuncia.blogspot.com

En Pontedeume a estos curiosos bollos de pan de San Nicolás de Tolentino se les atribuye la propiedad de apagar los incendios. Tal y como cuentan en la villa, en el siglo XVII durante uno de los grandes incendios históricos que la asoló, se sacó al santo por las calles y se arrojó al fuego una reliquia suya, con lo que el fuego se fue apagando hasta extinguirse; a partir de ahí se estableció el voto de San Nicolás, celebración en la que se bendicen estos panecillos y se reparten entre los vecinos para protegerlos contra los incendios.

La relación entre estos bollos y el fuego se explica en primer lugar por ser su figura una representación solar:

  • En el año 1733 Johann Heinrich von Alckenstein nos informa de que los bávaros cocían en el mes de febrero un pan al que llamaban Julagalt, este autor realiza una excelente exégesis sobre el término (1) explicándonos que juel en la lengua de los vándalos significa "rueda", y que las ruedas son representaciones solares, puesto que al sol como divinidad solían representarlo en figura humana con una rueda en el pecho. Por lo tanto según este autor, estos panes en figura de rueda o rosca estaban consagrados al sol, cuya festividad (Festum Juelense) celebraban en el mes de febrero horneando "panis orbicularis", redondos simulacros solares.
  • Mucho antes, Beda el Venerable, contaba que el mes de febrero entre los sajones se denominaba Solmonath, y que esto equivalía a "mensis placentarum", mes de los panes o tortas. Testimonio que prueba la misma conexión solar que se produce entre el primer elemento del término Sol-monath y la costumbre de hornear tortas, presumiblemente con forma solar.

Así pues, la forma orbicular de los bollos de San Nicolás y la rueda grabada en su interior, que podría parecer una cruz cristiana si no tenemos en cuenta este contexto que estamos proponiendo, enlaza con antiquísimas formas de representación del sol. Además, otro importante dato del testimonio eumés, una evidente relación de causa-efecto propia de la magia simpática, refuerza el carácter de representaciones solares de los bollitos: la propiedad de protegernos contra los incendios. Sólo el fuego puede destruir el fuego en un universo de creencias regido por la magia simpática.

(1) Malamente explicado por autores previos como si fuese un pan horneado en figura de jabalí, costumbre que no está atestiguada en ninguna parte de Europa, sí, en cambio, todo tipo de panes o tortas circulares, redondos o en forma de anillo o rosca.

lunes, 2 de enero de 2012

Peñafadiel (Maragatería). La madre de todos los laberintos

La víspera de este último solsticio de invierno, cuando la puesta del sol alcanza el punto más lejano de su curso antes de comenzar a bailar para después retroceder frenada por la cumbre del Teleno, Juan Carlos Campos ha publicado su primer libro, Petroglifos en Maragatería. El enigma de los laberintos del Teleno. ¿Simple coincidencia?
El libro es una cuidada edición del autor en la que, con un estilo ameno y estructurado, nos introduce en los dos temas recurrentes en los petroglifos de la Somoza maragata: cazoletas y laberintos. El prólogo es del experto en arte rupestre galaico Antonio de la Peña y toda ella va ilustrada con un impresionante reportaje gráfico en color, en el que destacan las bellísimas fotografías nocturnas de Ángel de Prado y de Amando Casado (en la cubierta). Además de la justa loa a la figura del benemérito aficionado a lo rupestre, al que tanto le debe la arqueología, encarnado en la persona de Juan Carlos Campos, el prólogo de Antonio de la Peña se centra en la incógnita principal que el descubrimiento en 2008 de los laberintos de Peñafadiel, a los pies del Teleno, ha vuelto a suscitar: su origen. El diseño original de las figuras de los laberintos habría sido concebido en alguno de los focos culturales del Este del Mediterráneo, por más que los seis ejemplares galaicos conocidos y los seis maragatos sean los de datación más antigua. Es la conclusión que viene siendo aceptada por la comunidad de expertos a pesar de que las dataciones apuntan hacia todo lo contrario, y en este sentido, tanto De la Peña en el prólogo, como Campos en el texto, continúan afirmando, aunque cuestionándoselo, el origen mediterráneo de este tipo de figuras. La estructura de la obra es sencilla y eficaz: en el primer capítulo Campos contextualiza los petroglifos en la historia y en el paisaje maragato, fuertemente marcado por las huellas de la minería romana, y nos introduce en la orogénesis de la roca llamada en la zona moraliza, soporte principal de los grabados rupestres. El capítulo segundo se dedica a un estudio comparado de los dos motivos principales que aparecen en los petroglifos de Maragatería, cazoletas y laberintos. Podremos sorprendernos con datos interesantes, leyendo por ejemplo que las cazoletas que decoran la cueva de Daraki Chattan en la India se han datado en 290.000 años de antigüedad gracias al descubrimiento de una losa desprendida enterrada en un estrato de sedimentos fechados en el Paleolítico Inferior, lo que nos lleva a concluir que no sólo nuestra especie utilizó estos signos para comunicarse. Asimismo en este apartado se intenta una aproximación a la difícil, sino imposible, tarea de averiguar el significado de estos mensajes grabados en piedra. El autor concluye que ambos tipos de petroglifos son polisémicos, tienen de entrada varios significados dependiendo del contexto en que aparecen; es aquí donde me permito una discrepancia, ya que la figura del laberinto clásico de un solo trayecto siempre denota la idea del camino, un curso entre dos puntos (exterior e interior). Si numeramos las vueltas del recorrido de fuera a dentro, siendo 8 el exterior y 0 el centro, veremos que en el trayecto desde el exterior se recorren la vueltas en la siguiente cadencia: 8-5-6-7-4-1-2-3-0, con movimientos retrógrados que recuerdan a cursos astrales. El capítulo tercero es una guía detallada donde se propone un itinerario para recorrer los petroglifos de la Somoza. Partiendo de Quintanilla se podrán visitar siguiendo las indicaciones de Juan Carlos Campos varios lugares con grabados, entre otros: la escena de los danzantes o la familia grabada en la fuente del Mato de Filiel, la Peña de la Medida (con una curiosa tradición asociada) o las herraduras y cruciformes de Peñamartín... y por supuesto los extraordinarios laberintos de Peñafadiel, donde no sólo podremos contemplar nada menos que seis laberintos de tipologías diferentes en un mismo lugar, sino también, y resulta bastante escalofriante, el unico y más antiguo testimonio grabado en piedra del patrón que se utilizaba para trazarlos, la madre de todos los laberintos. Resulta escalofriante porque el patrón topológico a partir del cual se inicia el trazado del laberinto (Figura 1: primer diseño de la izquierda, fila superior) se venía creyendo medieval, producto de una mente matemática avanzada, y comprobamos ahora con la limpieza y levantamiento de los grabados de Peñafadiel, realizada por el equipo de Fernando Carrera, idéntica capacidad de abstracción en nuestros antepasados hace 4.500 años.
 

Figura 1. Pautas de trazado de un laberinto clásico (de único trayecto y siete vueltas).

Figura 2. Patrón o madre del laberinto antes de su limpieza (Peñafadiel, 2008). (C) Ángel Facio.
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Para no destripar por completo el libro me detengo aquí recomendando como obra imprescindible para los beneméritos aficionados a lo rupestre esta magnífica guía que anima a disfrutar pausadamente de la Somoza maragata. Se echa de menos, no obstante, que el autor no haya recopilado más leyendas y tradiciones asociadas a los emplazamientos, puede que el despoblamiento continuo que está sufriendo la Maragatería sea responsable de la escasez de informantes, con la consiguiente disminución de ese bien inmaterial que constituye el folklore, tan valioso para comprender nuestro pasado.