En Las palabras de la tribu de este lunes toca comentar los ferrolanismos cerillita y pichonera, ya en desuso, pero que muchos todavía hemos escuchado a la gente mayor. Pichoneras era la forma despectiva con que se aludía a las mujeres de clase obrera -artesanas, les llamaba la burguesía- que pretendían medrar, esto es, ascender en el escalafón social, casándose a ser posible con un oficial de la Marina, cénit de la pirámide de clases ferrolana hasta hace unos treinta años o menos.
Guillermo Ferrández nos dice que "la sociedad ferrolana nunca permitió estos desclasamientos y las apodó pichoneras por los sombreros de plumas que estaban de moda en aquella época". Podemos imaginar a unas pichoneras que aparentaban, con su tocado de plumas de pichón barato, una clase que no les correspondía como forma de conquistar al oficial y caballero. Pero la explicación de Ferrández, además de inexacta, se queda un poco corta ya que el calificativo pichonera tiene además la connotación de "mujer promiscua".
En el español de América rioplatense el término "pichonero" designa al "galán que enamora jovencitas" (Juan Carlos Guarnieri, Habla del boliche, 1967), y "pichonear" según Greet Cotton y Sharp "in its meaning of 'engage in sexual foreplay' is an euphemistic term" (Spanish in the Americas).
La emigración a América, y a Argentina en particular, de muchos ferrolanos y los contactos mantenidos entre las familias a ambos lados del charco hicieron posible que esta acepción americana se consolidase en Ferrol entre la clase obrera (1) para referirse a las mujeres que pretendían casarse mejor de lo que les correspondía recurriendo a la vieja técnica del pichoneo, o ligoteo, sin guardar el decoro y la honestidad preceptivas en aquellos años.
Y sobre cerillita... no puedo terminar sin completar el artículo de Ferrández mencionando a nuestro cerillita más famoso, Franco. No se sabe muy bien si era conocido como El Cerillita por su físico o por su orgullo, un sentido muy acusado del ridículo que provocaba que pasase de la frialdad y reserva más profundas a encolerizarse y sonrojarse ardiendo como un fósforo.
(1) Según me informa mi abuela, de 92 años de edad y de familia de clase obrera, ella nunca escuchó la palabra pichonera, sí en cambio el término artesena (mujer de clase obrera). Las artesanas no podían sentarse en las terrazas del Sakuska, ilustre cafetería de la calle Real reservada a lo más granado de la sociedad ferrolana.
Guillermo Ferrández nos dice que "la sociedad ferrolana nunca permitió estos desclasamientos y las apodó pichoneras por los sombreros de plumas que estaban de moda en aquella época". Podemos imaginar a unas pichoneras que aparentaban, con su tocado de plumas de pichón barato, una clase que no les correspondía como forma de conquistar al oficial y caballero. Pero la explicación de Ferrández, además de inexacta, se queda un poco corta ya que el calificativo pichonera tiene además la connotación de "mujer promiscua".
En el español de América rioplatense el término "pichonero" designa al "galán que enamora jovencitas" (Juan Carlos Guarnieri, Habla del boliche, 1967), y "pichonear" según Greet Cotton y Sharp "in its meaning of 'engage in sexual foreplay' is an euphemistic term" (Spanish in the Americas).
La emigración a América, y a Argentina en particular, de muchos ferrolanos y los contactos mantenidos entre las familias a ambos lados del charco hicieron posible que esta acepción americana se consolidase en Ferrol entre la clase obrera (1) para referirse a las mujeres que pretendían casarse mejor de lo que les correspondía recurriendo a la vieja técnica del pichoneo, o ligoteo, sin guardar el decoro y la honestidad preceptivas en aquellos años.
Y sobre cerillita... no puedo terminar sin completar el artículo de Ferrández mencionando a nuestro cerillita más famoso, Franco. No se sabe muy bien si era conocido como El Cerillita por su físico o por su orgullo, un sentido muy acusado del ridículo que provocaba que pasase de la frialdad y reserva más profundas a encolerizarse y sonrojarse ardiendo como un fósforo.
(1) Según me informa mi abuela, de 92 años de edad y de familia de clase obrera, ella nunca escuchó la palabra pichonera, sí en cambio el término artesena (mujer de clase obrera). Las artesanas no podían sentarse en las terrazas del Sakuska, ilustre cafetería de la calle Real reservada a lo más granado de la sociedad ferrolana.