La batalla de Covadonga contra las huestes de los mouros se desencadenó, según la leyenda, por causa de una mujer. La hermana de Pelayo, la cristiana Adosinda o Ermesinda, cautivó al mouro Munuza hasta tal punto, que éste quiso desposarla contra la opinión de Pelayo, lo que acabó originando la escaramuza en Covadonga.
Esta nota romántica también aparece en la mítica batalla contra los mouros que tuvo lugar en el castro de Santa Cristiña de O Incio (Lugo): "alí moróu tamén Santa Cristiña, filla dun mouro importante, que a furto dos pais convertírase ao cristianismo. Namoróuse a rapaza dun branco cristiano, e por causa dista traición houbo grande loita antre os dous bandos. Tantos foron os mortos que as augas do río Mao, que corren alí preto, tinguíronse de vermello hastra Belesar" (Celso de Baión, Os nomes da Terra). La tradición gallega comparte con la asturiana también el topos del río lleno de sangre del combate; en el caso asturiano, de los cadáveres de los vencidos, que son sepultados en el río Deva por un desprendimiento .
Otra lucha mítica sucedió en Ardemil (Ordes, A Coruña), donde podríamos afirmar que comenzó también una fracción de la Reconquista: "viña unha tropa de mouros facendo todo o mal que podía pola terra adiante. Os galegos porparáronse a recibilos como merecían. Ben armados e fortecidos pola carraxe, caíron sobor dos mouros e vencéronos. Somentes mil alarbios conseguiron facerse fortes nunha aldea, cuio nome ninguén acorda. Os galegos cercaron o sitio, de onde xa os cristiáns tiñan fuxido, e prendéronlle lume. Ardeú a aldea, cos mil mouros. E logo que todo pasóu, tornaron as xentes a viviren no lugar, que xa non se chamóu coma denantes, senón Ardemil, poisque alí arderon os mil mouros da historia. ¡Coitados!" (Celso de Baión, Os nomes da Terra). Claro que en Ardemil sólo murieron 1000, y en Covadonga 20.000; se lleva la palma en número.
Además, los gallegos fuimos derrotados, lamentablemente, por los mouros en el aciago día de la batalla de Cristimil (Lalín): "as loitas cos mouros foron millenta, e non sempre as gañamos nós, pois eles tamén eran fortes e bravos. Nas terras que agora se chaman de Cristimil houbo unha grande batalla. Venceron os alarbios e alí morreron máis de mil cristiáns, conque lle quedóu ao sitio o nome de Cristimil" (Vicente Risco, Etnografía, pg. 320).
Los paganos ni siquiera respetaron a San Xulián (Tui): "outra lenda di que San Xulián retiróuse a vivir no cumio do monte, onde hai aínda unha covachiña nun penedo que chaman 'a cama do santo'. Alí se lle axuntaron moitos cristiáns e fundóuse unha poboación. Un día chegaron os mouros, atacaron aos indefensos moradores e mataron moitos, entre eles ao mártir San Xulián e vintasete compañeiros eremitas. No outo do monte hai un chao que chaman Campo da Matanza, e di a lenda que si Noso Señor tomase unha presa daquela terra e a apertase na súa man, deitaría sangue, de tanta que ali se derramóu" (Celso de Baión, Os nomes da Terra). La ambientación de la escena bélica en la cueva del eremita, es prácticamente idéntica a la de la batalla de Covadonga, que también transcurre en una cueva eremítica en la que no se sabe cómo cabrían los 20.000 mouros. Es lo que tiene el folklore, que usa y abusa de la licencia poética. Cerca de Covadonga encontramos asimismo la tendencia a explicar la toponimia local en relación con estos acontecimientos del pasado mítico: la Riega de la Gusana lleva su nombre, según tradición, de los muchos gusanos generados por los cadáveres de los mouros (Escandón y Lué: Historia Monumental del heroico Rey Pelayo). Y de nuevo volvemos a encontrarnos con la exageración que tiñe de sangre y cadáveres el entorno: la tierra empapada en sangre estrujada por la mano de Dios.
Sin intención de ser exhaustiva (1), hay indicios suficientes para afirmar que la batalla de Covandoga no fue un simple invento copiado de la Biblia, como afirma el profesor José Luis Corral, sino parte del folklore de los mouros, del que se desgajó para fundar sobre él el origen del reino de Asturias, y de España.
Sin intención de ser exhaustiva (1), hay indicios suficientes para afirmar que la batalla de Covandoga no fue un simple invento copiado de la Biblia, como afirma el profesor José Luis Corral, sino parte del folklore de los mouros, del que se desgajó para fundar sobre él el origen del reino de Asturias, y de España.
Algo similar sucedió en Irlanda; en El libro de las invasiones se relatan míticas batallas entre las razas que poblaron la isla hasta el exterminio sucesivo de todas ellas salvo la última. Una de ellas, los fomorios, equivalentes a nuestros mouros (en galés el parecido es más evidente: mawr, "gigante"), se caracterizaba por tener un solo ojo, como el mouro de la increible leyenda de "O rapaz e o xigante", recogida por Lois Carré Alvarellos en San Xian de Sergude, Carral, que narra la treta del rapaz para escapar de la cueva del gigante disfrazado con un pellejo de oveja, y metido entre el resto del rebaño que salía a pastar. Se trata de la misma estratagema que usa Odiseo para huir del cíclope Polifemo, lo que demuestra que el folklore de los mouros, y concretamente el arcaico topos de la existencia de razas ancestrales de gigantes y titanes que lucharon entre sí, ya integraba un corpus mitológico ininteligible y reutilizable hace 2.800 años.
Eira dos Mouros (Castro das Travesas, Carral), por cortesía de Eixil Cedeira, 2017.
(1) Más datos sobre las luchas entre sí de estas razas ancestrales, en la obra de Víctor Vaqueiro: Mitoloxía de Galiza.
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