Dejemos a un lado a los posesores germanos Miro y Castemiro, y examinemos un momento el nombre que reciben los recintos fortificados del Hierro, en particular el de sus antecastros. En Vilourís (Aranga) existe un antecastro que lleva el nombre de Chousa Vella, y en Castromil encontramos dos antecastros, uno lleva el nombre de Chousa Grande (latín clausam, "cerrada"), que podría ser la versión latina del otro contiguo, el prerromano Castromil.
Aquí formulamos una pregunta retórica: ¿entonces, los topónimos se traducen por parte de los hablantes cuando estos se romanizan? Es evidente que no, porque los hablantes no saben lo que significan los viejos nombres de lugar una vez abandonada su antigua lengua, sólo tras un examen filológico puede establecerse que dos o más topónimos son versiones de una misma idea expresada en distintas lenguas. Lo que ha ocurrido con esta especie de traducciones es que la estructura del hábitat castreño y la estructura mental de sus habitantes se han conservado el tiempo suficiente para que que se produzca la necesidad de designar los mismos referentes en la nueva lengua, esto explica la existencia de toponimia redundante contigua, como Castromil (prerromano castro + germano o paleoeuropeo miro, "grande") y Chousa Grande.
El significante ha cambiado, la cara formal, pero se mantienen el referente (objeto designado) y el significado (pensamiento que acota mentalmente al objeto designado), los otros dos elementos del lenguaje que a menudo se olvidan cuando se examinan los avatares evolutivos de una lengua. Así pues, el hecho de que la toponimia y la lengua gallega sean en gran parte latinas en su cara significante, no impide considerar que los referentes designados y sus representaciones mentales remiten a estadios anteriores que perduraron largo tiempo. En nuestra opinión, el fenómeno denominado como deriva semántica, según el cual un término evoluciona transformando su significado al ser adoptado por hablantes de otra lengua, no existiría así expresado. Pensamos que la deriva semántica se produce cuando a la nueva palabra se le obliga por fuerza a expresar un significado preexistente en la lengua abandonada, que no existía previamente en la nueva lengua adoptada.
El significante ha cambiado, la cara formal, pero se mantienen el referente (objeto designado) y el significado (pensamiento que acota mentalmente al objeto designado), los otros dos elementos del lenguaje que a menudo se olvidan cuando se examinan los avatares evolutivos de una lengua. Así pues, el hecho de que la toponimia y la lengua gallega sean en gran parte latinas en su cara significante, no impide considerar que los referentes designados y sus representaciones mentales remiten a estadios anteriores que perduraron largo tiempo. En nuestra opinión, el fenómeno denominado como deriva semántica, según el cual un término evoluciona transformando su significado al ser adoptado por hablantes de otra lengua, no existiría así expresado. Pensamos que la deriva semántica se produce cuando a la nueva palabra se le obliga por fuerza a expresar un significado preexistente en la lengua abandonada, que no existía previamente en la nueva lengua adoptada.
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