A propósito de la reciente publicación en el Diario de Sevilla de una entrevista con la profesora Pons, de la Facultad de Filología de Sevilla, sobre sus trabajos como divulgadora de diversas cuestiones relativas a la lengua española, he visto reacciones de sorpresa ante el titular: "Que se diga 'jigo', 'jarto' o 'jambre' se debe a la influencia del euskera, no del árabe".
La influencia del vasco en el paso de la f- inicial latina a la h- aspirada del castellano, para después acabar desapareciendo la aspiración (h muda) (faba > jaba > haba), salvo en Andalucía occidental y Extremadura ("quien no diga jacha, jigo y jiguera, no es de mi tierra") no es una teoría de la profesora Pons (ni ella dice que lo sea), ya tiene un siglo, y fue desarrollada por el padre de la filología hispánica, Don Ramón Menéndez Pidal, principalmente en su conferencia "Influjo del elemento vasco en la lengua española" (Conferencia en Guernica en el III Congreso de Estudios Vascos, 1922).
El Maestro se basaba fundamentalmente en que la f- latina se conservaba en casi todas las lenguas románicas salvo en gascón y en castellano, dos áreas lingüísticas limítrofes con el territorio del euskera, cuyo sistema fonológico carecía en los estadios más antiguos del fonema /f/. Asimismo reconocía, pero como quitándole importancia, que el fenómeno de la pronunciación de f- como h- aspirada ya se producía en latín, considerándose un vulgarismo: las clases populares decían haba (con aspiración) en vez de faba. Su objetivo, al pretender el origen vasco de esta pronunciación aspirada de la f-, era prestigiar el castellano por el supuesto influjo euskera, evitando así reducir el fenómeno de la aspiración a su origen vulgar (como tantos otros que crearon el germen de las lenguas románicas) y aquí cito el final de su conferencia:
"Para todo el que rinde culto al pasado como fuerte [¿fuente de?] preparación para el presente y para el porvenir, el vasco, resto único de las lenguas primitivas de España y de Aquitania, despierta el mayor interés de veneración que puede despertar ninguna otra reliquia de la más remota antigüedad, abriendo ante nuestros ojos un abismo atractivo de misterioso interés. Y este interés se ensancha aún con las consideraciones que acabamos de hacer [f- > h- aspirada es de origen vasco] ya que nos llevan a la conclusión que indiqué al principio: creo que puede confirmarse el influjo del elemento vasco y de las lenguas ibéricas afines en el desarrollo de muy principales características de la lengua española".
Con esta estrategia, la característica de ser una venerable reliquia de remota antigüedad se contagia también al castellano, que pasa a ser en parte heredero del vasco, nada más y nada menos que tocado y euskerizado en su sistema fonológico. Pero ¿quién no desea prestigiar su lengua? Y si además se es un genio, como lo fue el ilustre hispanista, salen teorías tan impactantes y originales, aunque probablemente falsas.
En el Miles Gloriosus (El legionario fanfarrón) de Plauto se ilustra la forma vulgar de hablar de los legionarios jugando con este defecto: "feminas octo in urceum" (8 mujeres en la pota), en lugar de "heminas octo in urceum" (8 medidas en la pota).
No haré una recopilación exhaustiva, ni siquiera un apéndice al Appendix Probi, pero en latín hay documentados casos de hebris en lugar de febris, haba por faba, y al revés (ultracorrecciones que demuestran que existía el defecto), fordeum en lugar de hordeum, fostis en lugar de hostis, feminas en lugar de heminas, etc.
La pronunciación de f- inicial latina como h- aspirada era considerada vulgar en latín, y un defecto utilizado por los autores de comedias para provocar la risa fácil. Es bastante más posible que haya sido un fenómeno latente y originario de las zonas más militarizadas del Imperio, con elevada presencia de clases populares y malhablados legionarios con sus canabae; zonas como precisamente Aquitania y las dos Beturias (Extremadura y Andalucía occidental). Pero a lo mejor esto no deja de ser otra hipótesis dentro del friquilingüismo, como la de Gregorio Salvador, que defendió la posibilidad de que los hablantes de castellano hubiesen perdido la dentadura por falta de flúor en las aguas de Castilla, imposibilitando la pronunciación de la fricativa labiodental al carecer de uno de los puntos de articulación (v. estado de la cuestión en FJ Calvo del Olmo, "Una frontera lingüística en las lenguas románicas: La pérdida de f- latina en castellano", Abehache, nº 2, 2012).
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