domingo, 11 de noviembre de 2018

Un día en Ferrol con monsieur Petitcolin

Mi prima Ana acaba de publicar en el Diario de Ferrol un artículo de opinión titulado "Ferrol, esa pequeña Viena", donde procura mejorar la baja autoestima que los ferrolanos sentimos por nosotros mismos y nuestra deteriorada ciudad. Os animo a leerlo.

Por mi parte, y a pesar de la inyección de optimismo de mi prima, soy más partidaria de la opinión  pesimista que se formó el francés Petitcolin en su corta visita a la ciudad y, siguendo a este autor, la veo más como la Suiza española. Aunque, como se verá, la visión melancólica del francés se debía en parte a que tenía una fame negra, y mejor le hubiese ido en su visita si la hubiese hecho con el estómago lleno del caldo gallego que le sirvieron a la cena en la Fonda Suiza, donde se alojó.

El 29 de julio de 1895 monsieur Petitcolin decide ir a pasar un día en Ferrol, por lo que toma el vapor "Hércules" desde A Coruña. Traduzco a continuación casi todo el relato de su corta estancia en la villa a partir de su obra Galice et pays basques, Paris, 1896.

"Sin contratiempo alguno pasamos la Marola, roca peligrosa a causa de los remolinos de corrientes que se forman procedentes del fondo de las bahías de Ares y Betanzos. Así, los marineros tienen la costumbre de decir:
Quien pasa la Marola,
pasa la mar toda.

La entrada abrupta a la bahía de Ferrol se abre entre los peñascos de las puntas de O Segaño y de San Carlos, contra los montes Faro y San Cristóbal.

El sitio es admirable, y el paso encajado, estrecho, profundo y de una milla y media de largo convierte en imposible de tomar esta posición natural. Sólo la defienden dos fuertes, el castillo de San Felipe, que data de Vauban, y el de la Palma, reciente, pero que parece sin armar completamente".

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"Tras doblar las puntas de O Bispón y de Redonda, entramos en una rada espléndida, maravillosamente protegida, un lago de esta Suiza española se extiende sobre una longitud de cuatro millas hasta la desembocadura del río de Xubia, que muere en una playa de arena. En su contorno se encuentran las villas de Mugardos y O Seixo a la derecha, y a la izquierda A Graña, el mejor muelle del puerto.

Rodeado de un cinturón de fortificaciones, Ferrol se muestra con la alta muralla de su arsenal, el cuartel de infantería -gran edificio cuadrado-, sus almacenes, sus diques; su aspecto tiene la austeridad y la frialdad del Siglo de la Ilustración".

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Nota: nuestro viajero traba amistad en el "Hércules" con una dama de A Coruña que iba a visitar a su familia en Ferrol. La dama hablaba perfectamente francés, y por su mediación consigue alojamiento en la Fonda Suiza. Probablemente se trate de una de la hermanas Rubio de la Peña, primas de mi abuelo, que iría de A Coruña a Ferrol de visita familiar. El trabajo en las Aduanas y el dominio del idioma francés, así como la familia dividida entre ambas ciudades, me mueven a suponer el parentesco.

"Uno de sus criados nos condujo por la calle Real a la Fonda Suiza, y percibí la honestidad del hombre, que rechazó toda gratificación.

Se nos alojó en una habitación inmensa, sórdida, oscura, y desde ese momento empezamos a contar las horas que nos quedaban para partir".

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"Nuestro cicerone no aparecía y nos fuimos a la casa del vice-cónsul, que estaba ausente y no volvería hasta las siete. Nos dimos la vuelta y, mientras, nos lanzamos a la aventura en la villa muerta".

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"El arsenal está bien equipado. Se hizo traer un equipamiento completo desde Inglaterra hace diez años, pero no se utiliza. Se mantiene únicamente para tener ocupados a los obreros y no dejarlos morir de hambre. Por lo menos existe todo lo necesario para construir, sino los acorazados, al menos los cruceros.

Desde lo alto de la terraza desde donde contemplábamos el arsenal, sólo vimos dos navíos en la dársena. De los almacenes no se remontaba ningún ruido, sólo un silencio pesado allí donde tendrían que concentrarse las fuerzas vitales del país.

¡Y pensar que los españoles han conquistado la mitad del mundo! Pero la incuria ha provocado que estas gentes abandonasen la actividad, demasiado consentidas por la naturaleza".

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"Como A Coruña, Ferrol se compone de dos villas. Nosotros vimos primero la vieja con casas sórdidas y callejuelas empedradas. En una de ellas, nauseabunda, las pieles de cordero se secaban en trozos, las gallinas picoteaban y los cerdos se revolcaban en el barro; al fondo, la cruz de una iglesia se erguía sobre esta podredumbre.

Por el medio de los campos de maíz, de patatas y de coles, seguimos las murallas del recinto, con sus aspilleras. En el puerto, un navío inglés averiado, el "Hércules" y dos fragatas subrayaban la soledad que ni un rayo de sol era capaz de alegrar.

Por todas partes la destrucción, la ruina, la desolación; una casa derruida por un incendio muestra dolorosamente su cadáver calcinado. Las casitas pequeñas, bajas, nos recuerdan el interior de un barco; de una ventana cuelga una cortina hecha jirones.

Un farol sin lámpara nos anuncia la villa nueva, que ha abortado por haber querido nacer demasiado rápido. Atravesamos las manzanas, islotes solitarios de casas vacías con las contraventanas cerradas con toscas tablas de madera, vidrios cascados, balcones donde faltan las balaustradas; otras construcciones permanecen inacabadas, dejadas al abandono, los muros apenas saliendo de la tierra; la hierba creciendo como en una campiña rala: antes de eclosionar, la vida ha sido sofocada.

Las calles están trazadas en ángulos rectos, se alargan interminables y solitarias, es como un damero inmenso. Una mujer sola en su mirador deja vagar su mirada pensativa. Una fuente; este lugar que generalmente suele ser un lugar de reunión, aquí sólo se visita por necesidad. En una iglesia tocan las seis, que en esta calma resuenan extrañamente vibrantes, casi insólitas.

Nos dirigimos a la calle de Dolores. ¡Qué bien nombrada está la calle de los Dolores! Le resulta bien la expresión a esta población de marineros y soldados que viven en la inquietud por el regreso de un ser querido".

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"Continuamos, siempre a paso lento, cargados de melancolía, a través de las largas calles tristes; el tiempo es gris, como nuestros pensamientos.

Llegamos a la Alameda; es hermosa y verde, los paseos son grandes, y encontramos la alegría y la vida con las flores, los jardines y los niños divirtiéndose.

En el paseo la estatua de un almirante porta esta inscripción: "Al excelentísimo Señor don Victoriano Sánchez Barcaiztegui, hijo del Ferrol, el Ayuntamiento".

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"La moderna catedral y un mercado apropiado, bien abastecido, rodeado de rejas, proporcionan la ilusión de una ciudad que siente la necesidad de vivir e incluso desarrollarse".

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"En el hotel dos sorpresas nos esperaban, una habitación mejor sobre la calle Real y una cena reconfortante, con caldo gallego sin tocino rancio [unto]".

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"Quedamos con nuestro representante [el vice-cónsul] a las nueve y media y nos mostró los tres círculos principales de Ferrol.

El Círculo Juvenil, el mejor, se encuentra debajo de la fonda; es nuevo, lujoso, muy frecuentado. El más antiguo data de 1842, un poco raído, triste, solitario; es el lugar de reunión de los viejos; allí sólo encontramos al coronel de infantería de marina. El tercero es el Club de los Comerciantes, está decorado con un perfecto mal gusto; el gran salón adornado de espejos recuerda bastante al de un burdel".

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